sábado, 5 de julio de 2008

JUICIO SEVERO POR JORDI PUJOL

Este artículo fue publicado el primero de Agosto de 2007. El hecho de publicarlo aquí, es porque guarda cierta relación a las preguntas que se hace Pilar Rahola en el artículo anterior.

Las cosas han llegado a un
punto de vergüenza. Me refiero
a la actitud que hay en
general en España respecto
a Catalunya. Y al trato que recibe.
Que define bien una muy alta personalidad
política socialista, que dice
sin sonrojarse: “Ahora, con el desastre
energético de Barcelona sumado
al de los trenes de cercanías, el Estado
podrá invertir más en Catalunya
sin provocar el rechazo y la protesta
del resto de España”. O el que dice,
pensando en las elecciones próximas,
también sin sonrojarse: “La irritación
de toda la sociedad catalana es muy
fuerte y general. Hay que hacer algo”.
Hacer algo significa, por la experiencia,
volverles a engañar: en lo político,
en lo económico, en lo social,
en lo autonómico. En todo caso, el
tiempo –no mucho tiempo– lo aclarará.
Pero lo sucedido hasta ahora y durante
años obliga a un juicio severo.
De los propios catalanes, para empezar.
Pero esto ya lo he hecho a menudo
a fondo. Ya he dicho que “los catalanes
no nos hemos gustado”. En este
sentido, tengo hechos los deberes.
Ahora no toca volverlos a hacer. Ahora
toca analizar sin concesiones lo
que se piensa, se hace y se ha hecho
en el resto de España.
La frase inicial de aquella muy alta
personalidad ya es muy clara. Viene
a decir: “Realmente el Estado no ha
invertido en Catalunya porque esto provoca rechazo
en toda España. Y hay que llegar a una
situación extrema para que esto se medio tolere”.
Hay que llegar a una situación en que el
15,5% de la población española que produce el
18,8% del PIB, que ha contribuido al progreso
general español de una manera notable, que
representa una realidad social, humana y cultural
muy importante, se encuentre en una
situación de extremo agobio para que España
acepte que deje de ser gravemente perjudicada.
Para que España acepte que se le dé un
trato justo, o algo más justo. ¿Qué clase de país
es éste? ¿Qué pasa?
Catalunya debe hacer su propia reflexión.
También sin concesiones. Ya la está haciendo.
Pero el conjunto de España –o el resto de España,
como se quiera– también. Y con mayor urgencia.
Porque el fenómeno es más grave.
¿Qué pasa? ¿Hay un resentimiento contra Catalunya?
Probablemente. ¿Por qué? ¿Hay hostilidad?
Seguramente. ¿De qué calado? ¿Cuál es
su origen? ¿Se puede superar o atenuar?
El resentimiento no es un sentimiento noble.
A la larga no se edifica nada sobre él. Fácilmente
induce al error. No merece respeto. No
confiere dignidad. Es una enfermedad que daña
a terceros, pero también a quien la padece.
Yla hostilidad suele seguir una norma: desfigurar
al contrario para mejor poderle atacar.
Con más tranquilidad moral. Por consiguiente,
no importa que Catalunya haya actuado en
términos de gran solidaridad tanto en lo económico
como en lo político. No importa.
Contra la evidencia de los hechos
y de las cifras –que si es preciso se
ocultan–, hay que presentar a Catalunya
y a los catalanes como insolidarios,
ávidos y victimistas. No importa
que Catalunya tenga una problemática
social especialmente difícil debido
a la inmigración y a la estructura de la
propia sociedad. Que se enfrente a
mayores desafíos de competitividad.
Simplemente se la presenta bajo otro
prisma, el que la hace repelente. Y
ello permite, con tranquilidad, imponer
malas condiciones en el sistema
de financiación y no hacer o retrasar
lo indecible las infraestructuras, o no
ponerlas al día.
Es un juego que es tramposo, pero
que puede durar porque son muchos
los que de él se benefician. Y pueden
hacerlo con impunidad, incluso a veces
descaro. Es lo que me decía en
cierta ocasión el presidente (socialista)
de una comunidad autónoma:
“Yo entiendo lo que usted dice sobre
la solidaridad. Pero es que la solidaridad
debe practicarse sólo con los bienes
ajenos”. Y la concurrencia –nada
catalana, por supuesto– se rio con
complacencia. Con descaro. O lo que
me dijo otro presidente (éste popular),
que, hablando del trato discriminatorio
que recibía Catalunya en el tema
de las becas universitarias, me espetó,
malhumorado por mi insistencia
y por lo irrebatible con números en la mano
de mi argumentación: “Sí, tiene usted razón.
Pero al resto ya nos va bien así”. También
con aquiescencia de la asistencia.
Si entro en más detalles voy a producir hastío.
Dejémoslo en esto: quienes se consideran
identificados con un gran país que es España
deben saber que el trato que se está dando a
Catalunya no responde a esta grandeza y no es
digno ni de orgullo ni de respeto.
De un tiempo a esta parte vengo siendo crítico
y exigente con Catalunya y con los catalanes.
Por consiguiente, conmigo mismo. Y
siempre, ya de joven, lo he sido cuando Catalunya
no ha actuado con grandeza, justicia y
magnanimidad. Y ahora lo soy porque respecto
a Catalunya he hecho mis deberes. Tengo
derecho a serlo. Pero también he hecho mis
deberes respecto a España. Nadie podrá negármelo.
Celebro poderlo afirmar con tanta
seguridad.Ypor ello, tengo derecho a ser crítico
con España. A reclamarle y exigirle que actúe
con justicia elemental, también respecto a
Catalunya.c
JORDI PUJOL, ex presidente de la Generalitat
de Catalunya
1 AGOSTO 2007
O P I N I Ó N LA VANGUARDIA 17

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