viernes, 21 de mayo de 2010

LA VERGUENZA TORERA

Pilar Rahola añadiendo leña al fuego.
PB

¿Qué más necesitan los Sala y los Gay Montalvo para encontrar una salida honrosa y dimitir?
Fracasa el trío de la Maestranza", sentenciaba ayer Enric Juliana, con buen tino. El trío eran los tres del Constitucional, amigos y residentes en la misma visión de España, amantes de las corridas de toros, y responsables de la peor ponencia del Estatut de todas las que han amenazado la moribunda Carta Magna catalana. Pero ni esta triunfó, ahogada en el pantano de las cuitas ideológicas que enlodan el desprestigiado tribunal. Es decir, ni un azañista convencido "del peligro catalán" y dos extensiones cósmicas de los sueños imperiales fueron capaces de conciliar un consenso básico. Y así, a la sexta, el tribunal volvió a perpetrar un sentido homenaje al esperpento valleinclanesco, hundido en su propia ineptitud. ¿Qué más necesita la presidenta María Emilia Casas para darse cuenta de que preside un tribunal desacreditado? ¿Qué más necesitan los Pascual Sala y los Eugeni Gay Montalvo para encontrar una salida honrosa a tanto despropósito, y dimitir de una vez? ¿Qué más necesita el tribunal entero para asumir que no es capaz (ni quizás es pertinente) de sentenciar toda una ley de leyes, nacida con el consenso de los órganos democráticos existentes? ¿En qué momento este tribunal pasó de ser un organismo que estudia aspectos técnicos de las leyes a convertirse en una especie de cuarta cámara que entraba en la locura de querer debatir el marco legal de todo un territorio? Y, visto lo visto, ¿aún no han llegado a la conclusión de que deberían declararse incapaces para debatir tamaña cuestión? Como no soy amante de los toros - muy al contrario-no acostumbro a usar su barroca retórica, pero algunos que abundan en dicho y tortuoso gusto, deben saber lo que es la vergüenza torera, cuya virtualidad pasa por una cierta dignidad de las actitudes. Dignidades que el tribunal, en su conjunto, perdió hace tiempo.

Ahora quieren correr, y para ello han cambiado el paso. Doña Emilia, cuyo encono en salvar no se sabe qué - porque es evidente que haga lo que haga el prestigio del tribunal es insalvable-sería encomiable, si no fuera patético, plantea la más temida de las opciones, poner la lupa artículo por artículo, discutir los acentos y las intenciones, y, por el camino de pasearse sobre la voluntad de los catalanes, buscar consensos menores que permitan el inalcanzable consenso mayor. Si lo uno era Guatemala lo otro es Guatepeor. Porque artículo por artículo, los ideológicamente más irreductibles van a ponerse las botas, y al final del Estatut no quedará ni el esqueleto. Pero no del Estatut que se debate. No quedará ni el esqueleto del Estatut de 1979, porque en esas están sus señorías. Aprovechando el Pisuerga del nuevo, para destripar las entrañas del viejo. Si nos descuidamos, estos señores van a cargarse el consenso de la transición política. Porque no es que no tengan vergüenza torera. Es que parecen haber perdido la vergüenza.

La Vanguardia 21 5 10

EL DILEMA ESPAÑOL

20-05-2010
EL DILEMA ESPAÑOL

El derecho colectivo al autogobierno de Catalunya presenta unas profundas e inequívocas raíces históricas que lo convierten en un caso especial en la política comparada de las realidades nacionales de todo el mundo. Como bien sabemos, la voluntad de preservar el autogobierno fue uno de los vectores de la historia medieval y moderna de Catalunya, que incluye innumerables guerras con Francia y dos guerras contra la monarquía hispánica. En el siglo XX, la voluntad de autogobierno de los catalanes cristalizó institucionalmente con la Mancomunitat, un embrión de gobierno nacional llamado a levantar el país a todos los niveles. La imposición de la dictadura del general Primo de Rivera puso fin a ese tímido episodio de libertad colectiva, pero en el año 1931, antes de que se aprobara la Constitución de la II República Española, se recuperó un espacio de autogobierno con la institución de la Generalitat. No es preciso enfatizar lo que supuso después para Catalunya la imposición de una dictadura y de un gobierno autoritario durante cuatro décadas.

Después de la gran manifestación unitaria de 1977, y siguiendo el guión de 1931, la Generalitat fue restablecida antes de que se aprobara la nueva Constitución democrática, como expresión de unos derechos históricos que en aquel momento no discutió nadie. Y un nuevo Estatut d’Autonomia pactado entre todos recibió un amplio apoyo popular en el referendo de 1979. Años después, la gran mayoría de fuerzas políticas catalanas se propuso reformar el Estatut para asegurar un reconocimiento nacional formal y un autogobierno de alto nivel competencial, simbólico e institucional en el nuevo escenario global. El resultado todos lo conocemos.

Afortunadamente, la historia no se repite, y Catalunya no se encuentra hoy a las puertas de una nueva imposición violenta que vaya a aniquilar su autogobierno. Pero Catalunya y con ella todo el Estado sí se encuentran en una encrucijada histórica decisiva que puede sellar (o no) el fracaso de España como proyecto político compartido y como una democracia de calidad capaz de acomodar su diversidad nacional interna. Con todos sus defectos, que las idealizaciones de la Transición pierden de vista, la Constitución de 1978 tuvo una virtud, que es la de abrir un marco flexible en el que cada comunidad autónoma pudiera encontrar el nivel de autogobierno más próximo posible a las características y aspiraciones de la sociedad respectiva. Un solo ejemplo bastará. La Constitución de 1978 establece el deber de conocer el castellano pero no prohíbe que una comunidad autónoma pueda establecer un deber de conocimiento análogo para su lengua propia, si en ese deber la comunidad ve tanto una garantía de sostenibilidad lingüística como una herramienta de integración social y de igualdad de oportunidades. En el Estatut de 1979 los catalanes fijaron el objetivo de llegar a la plena igualdad del catalán y del castellano "en cuanto a los derechos y deberes de los ciudadanos de Catalunya", y en el del 2006 los catalanes consideraron llegado el momento de concretar esa igualdad estableciendo para el catalán el deber que ya existe para el castellano. Si ahora resulta que este deber es inconstitucional o es interpretado de forma banal, o si se pone en duda el significativo éxito de integración que ha supuesto la inmersión lingüística, solo podemos concluir que el punto al que se nos quiere retornar se sitúa ni más ni menos que antes de 1979.

Mientras otras democracias del mundo desarrollado se esfuerzan en resolver su convivencia multinacional a través del reconocimiento constitucional de su pluralismo nacional interno y de varios modelos federales de autogobierno y de gobierno compartido, España corre el serio peligro de querer cerrar judicialmente un contencioso que solo puede abordarse, gestionarse y resolverse en términos políticos y con vocación de futuro. Con la anunciada sentencia de un Tribunal Constitucional caducado, dividido, deslegitimado e internacionalmente desprestigiado, es evidente que España se encuentra a las puertas de un episodio de estricta involución política y autonómica, con el peligro que supone la negación de las aspiraciones de reconocimiento y de autogobierno nacional de los catalanes. Si esas aspiraciones -que han sido formuladas con plena lealtad al ordenamiento jurídico, pactadas entre todos y refrendadas en las urnas- no caben en la Constitución, solo hay dos salidas posibles: o los catalanes renuncian a sus aspiraciones o renuncian a la Constitución; la evolución federal y plurinacional del Estado autonómico está hoy en peligro mortal. Los abajo firmantes, colaboradores de la prensa diaria catalana, de sensibilidades y talantes diferentes, queremos unir nuestras voces para dar a conocer a la opinión pública que la situación actual es excepcional y reclama gestos políticos excepcionales. La responsabilidad es, en primer lugar, de las instituciones y de los partidos políticos.

Los pactos deben ser respetados, especialmente cuando tienen, además, la legitimidad democrática de los ciudadanos. Si las instituciones y los partidos políticos no son capaces de encontrar una salida digna a la situación actual, la realidad obligará a los catalanes a elegir entre la involución y la secesión. Y huelga decir que si este se convierte al fin en el dilema, solo existirá una opción compatible con la historia y con las aspiraciones políticas de la mayoría de catalanes actuales.

Lo firman 62 articulistas catalanes.
Las adhesiones siguen abiertas.