miércoles, 2 de julio de 2008

EL MANIFIESTO ¿MARXISTA?

El manifiesto
Pilar Rahola
Podría ser el manifiesto marxista, porque la mayoría de los que han firmado este enésimo manifiesto a favor del castellano tuvieron sus coqueteos adolescentes con el viejo comunismo. Pero los tiempos han cambiado tanto, que cuando Jordi González le preguntó en televisión a Rosa Díez si era de derechas o de izquierdas, ella navegó por los procelosos mares de la indefinición críptica. Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario, es decir, una buena patriota. ¿Recuerdan la vieja yenka de los azucarados Enrique y Ana? "Izquierda, izquierda, derecha, derecha y...", pues nada, ¡viva España!, ese práctico comodín que acomoda a todos los salvapatrias de la historia. Y, por favor, que nadie entienda el término en su deriva fascistoide, porque no es el caso en absoluto. No dudo de la integridad democrática de los firmantes, algunos de ellos, víctimas de la intolerancia radical. Pero es evidente que tienen un discurso mesiánico, alarmista y algo perdonavidas, como si fueran una especie de reencarnación hispana del despotismo ilustrado. Dotados de un cerebro complejo para las artes, la mayoría practican, sin embargo, una mirada banal sobre la realidad, y la reducen a unos cuantos esquemas simples, que convergen en el territorio inhóspito de la alarma nacional. Por supuesto, practican un nacionalismo de estado desacomplejado, dotado de un orgullo algo decimonónico que, sin embargo, viste bien en la nueva modernidad. Son los nuevos patriotas españoles, tan viejos en sus emociones, como originales en sus formulaciones, pero todos igualmente cercanos al sentido imperial de un territorio. A diferencia de otros estados modernos, que se han configurado a partir de la suma de lenguas y culturas, a través, pues, del pacto, estos firmantes del manifiesto parecen militar en una idea jacobina de España, sólo pensable en términos de uniformidad, dominio cultural y simbolismo esencial. En definitiva, lo más parecido a un patriota vasco o catalán irredento es un patriota español irredento.Y los firmantes del manifiesto, por lo que dicen y por lo que firman, son hoy la elite de ese tronado, endémico y triste nacionalismo español.
Veamos el manifiesto, nacido al albur de la tremenda preocupación que estos próceres de la intelectualidad sienten por la salud del idioma castellano, en presumible peligro porque algunos primitivos periféricos se obstinan en defender sus pobres lenguas. Dicen que la ignorancia se cura viajando, pero como muchos de ellos viven en los territorios susodichos, no debe tratarse de ignorancia, sino de algo menos curable, más vinculado a la ideología esencial. Personalmente, no creo que sea gente desinformada, y tampoco quiero creer que sea gente con mala intención, al estilo de algún grupúsculo extremo que odia cualquier lengua que no sea el castellano. Pero es evidente que el diagnóstico que hacen de la situación lingüística es abiertamente falso, que conocen la deteriorada situación del catalán y que saben perfectamente que las poquísimas medidas a favor de los idiomas periféricos no evitan que estos pierdan presencia y uso en todos sus territorios naturales. A estas alturas del partido, con zonas extensas del área lingüística catalana literalmente desaparecidas, con una reducción sistemática del uso oral, con la llegada masiva de centenares de miles de inmigrantes, que ninguno tiene el catalán o el vasco o el gallego como idioma materno, pero miles tienen el castellano, y con la falta de instrumentos eficaces para garantizar la supervivencia de estos idiomas, el manifiesto de los amigos de Rosa Díez parece una broma macabra. Sin embargo, la retahíla del castellano perseguido, del catalán imperial, de la dictadura idiomática e, incluso, del apartheid lingüístico, lleva tanto tiempo repitiéndose, que bien sabemos que las mentiras reiteradas, en manos de voceros importantes, acaban convirtiéndose en verdades. La realidad es inapelable: el castellano es un idioma fuerte, avalado por su propio prestigio y por los millones de personas que lo hablan, pero también por las miles de leyes que lo protegen. En las zonas donde no es el idioma original, se consolida día a día y gana áreas de influencia. En paralelo, los otros idiomas se debilitan, pierden prestigio y muy pocas son las leyes autonómicas que los protegen, y el estado juega en contra. Si esa es la realidad, perfectamente contrastable, ¿a qué viene el manifiesto?
Desde luego, su fin no es la defensa de ninguna libertad. Dicen que las lenguas no son de los países, sino de los ciudadanos. Fantástico. Quiero ver a todos estos ínclitos defendiendo el uso del farsi, el árabe, el finés, o cualquier otro idioma que hablen los nuevos españoles. También los quiero ver en fila, defendiendo el derecho de los catalanes a su idioma, en cualquier rincón del Estado. Y por supuesto, me gustaría verlos pidiendo la derogación de todas las leyes que imponen el castellano en todo el territorio. ¿O no era esa la idea? Hecho el manifiesto, hecha la trampa. Al fin y al cabo, si se parte de una realidad falsa, es coherente falsear también las intenciones. ¿Defensa de la libertad?, por tanto. No seamos ingenuos. Enésima y pesada defensa del imperio.
www.pilarrahola.com

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