sábado, 5 de julio de 2008

DECADENCIA. II por PIlar Rahola

La Vanguardia 2-07-08
El buen amigo Salvador Cardús, a quien respeto en los desencuentros porque siempre me aportan interesantes matices, escribió que Catalunya no padece una decadencia estructural, sino una ingente sobredosis de indecisión. Y que, en cualquier caso, si el catalanismo no ha inventado nada desde hace décadas, quizás es porque no hay nada que inventar. "En realidad - aseguraba- lo único que le queda por hacer al catalanismo es decidir si ha llegado el momento de tomar una decisión. O abandona su proyecto nacional, o se atreve a llevarlo a las últimas consecuencias". Esta era su forma optimista de responder a otro artículo mío, cuya reflexión no abundaba en la alegría. No le quito razón en muchos puntos. Por ejemplo, es evidente que la indecisión sobrevuela los despachos oficiales con tal eficacia que se ha convertido en una plaga, cuyo efecto destructivo nos deja sin capacidad de reacción. El momento político es gris, triste, casi nihilista, si no fuera porque el nihilismo aportó grandes ideas a la filosofía. También participo de la convicción de que algunos de los pensadores del catalanismo han sido de una gran categoría intelectual, y asegurar que llevamos décadas sin inventar nada nuevo, no implica negar esta evidencia. Al menos, no es la intención. Finalmente, es cierto que la Mancomunitat duró poco y que, después de su estelar momento, Catalunya ha avanzado en muchos campos. Las dos décadas de pujolismo, por ejemplo, aportaron algunos de los proyectos que nos permiten una cierta solidez nacional. Y en materia de teoría política, el pujolismo construyó una idea-fuerza, fundamental para garantizar un futuro en convivencia: la idea de una nación edificada sobre orígenes diversos, y no parapetada - como otras- en etiquetas étnicas, religiosas, culturales, etcétera. Habría más, y creo que nos pondríamos pronto de acuerdo en ver la botella medio llena. Quizás, al fin y al cabo, en momentos difíciles, es lo único que nos queda… Sin embargo, y lamentando mi discrepancia de fondo, creo que Catalunya está en una franca decadencia, y que ello se puede maquillar, pero no negar, con algunas grandezas pasadas. Que otros países como Inglaterra o Francia estén en parón estratégico me sirve poco como comparativa. Porque estos países presentan un pequeña diferencia con nosotros: tienen estado. Y Salvador Cardús coincidirá conmigo que no es lo mismo tener una crisis de fe siendo la República Francesa, que sobreviviendo como autonomía catalana. En cualquier caso, la situación actual de Catalunya me parece decadente por diversos motivos, y algunos intentaré apuntarlos, si no en profundidad dado el poco espacio, sí en titulares. Primero, pérdida del prestigio como nación moderna. Durante muchos años Catalunya fue el espejo donde se miraban todos los intelectuales, creadores, emprendedores españoles que no encontraban, en el interior español, una tierra abonada a sus deseos de modernidad y cambio. Pero hoy España se ha modernizado, goza de prestigio, tiene su papel internacional e, incluso, gana la Eurocopa de fútbol. En cierto sentido, y lamento decirlo así, el prestigio catalán se basaba, en parte, en el enorme desprestigio español. La España actual, en cambio, es moderna, emprendedora y atractiva. Por supuesto, estimado Salvador, ya sé que parte de esa modernidad se ha construido con el dinero catalán, pero ello no niega la mayor. Como si fuera una perversa balanza, allí donde España sube, Catalunya baja. Y no planteamos la cuestión en términos victimistas porque la pérdida de iniciativa catalana es culpa nuestra. Solitos nos hemos instalado en el amor por la mediocridad. Ha desaparecido completamente el concepto de "excelencia" que había motivado algunas de las grandes ideas del pasado, y ahí tenemos el ejemplo que, sin duda, debe dolerte especialmente: el sector educativo. De ser el país que exportaba pedagogía al mundo, hoy estamos por debajo de algunas autonomías españolas. Desgraciadamente, habríamuchos más ejemplos. A la pérdida de prestigio, sumaría otros indicadores de decadencia: la desmotivación civil, tan aguda que los goles políticos que nos han colado los últimos años ni tan solo han elevado la crítica a categoría de problema. A lo sumo que hemos llegado, con crisis agudas en diversos sectores estratégicos, ha sido a militar en el català emprenyat. En el ámbito político, gozamos de líderes inmediatistas, cuyo tactismo define su poquísima altura estadista. Y cuando se ponen a vertebrar estrategias, parecen de cómic. Económicamente, hemos perdido sectores estratégicos, y culturalmente navegamos desde hace tiempo. Súmale, a todo ello, un hecho complicado: no sabemos qué país tenemos. ¿Conocemos la foto robot de la Catalunya actual? Tu mismo dices que el debate está entre avanzar hacia la independencia o estancarnos en lo autonómico. Bien. ¿Con qué país? ¿El que masivamente aplaudió el éxito de España? ¿El de la nueva emigración, que nunca ha oído hablar de Jaume I, y el catalán le resulta un engorro? Por falta de espacio, querido amigo, lo dejo aquí. Ojalá gozara de tu optimismo. Pero soy de la escuela del poeta Joan Oliver. ¿Recuerdas lo que decía?: "Un pesimista es un optimista informado".
www.pilarrahola.com

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