viernes, 15 de enero de 2010

UNA NACION EN BUSCA DE ESTADO

Ferran Mascarell insiste, y explica sus razones. PB


Ferran Mascarell - 16/12/2009 La Vanguardia

Lo escribió Kundera: "Todas las previsiones se equivocan, es una de las escasas certezas de que disponemos los seres humanos". Sin embargo, me atrevo a hacerles una previsión: el actual desorden de la política española sólo terminará cuando Catalunya encuentre por fin el Estado que anda buscando. Los referéndums son el aspecto más efervescente de una cuestión de fondo, enormemente compleja y peliaguda: Catalunya, una nación vieja, se ha empeñado en encontrar el Estado moderno que le conviene.

Mi previsión es pues que la primera década del siglo XXI será señalada como aquel momento en el que los catalanes asociaron definitivamente su vieja voluntad de reconocimiento nacional a su necesidad de contar con un Estado adecuado.

A los catalanes de 1800 no les quedó más remedio que ceder poder político a cambio de poder económico. Sin embargo, los catalanes de 1900 se verbalizaron como nación. Ahora, los de la primera década del siglo XXI pasarán a la historia como quienes comprendieron que una nación sólo puede hacer frente a sus retos con un Estado eficiente y propio. Único o no, se verá. En cualquier caso, propio y apropiado para los retos de este tiempo.

Ese es el sustrato explicativo de las cosas que están sucediendo: los referéndums, las propuestas federalistas, los editoriales conjuntos y todo lo demás. Los catalanes quieren Estado. Ese es el fondo del debate entre la sociedad catalana y la española. Los catalanes desean un Estado que garantice sus derechos, necesidades e ideales. Hace más de 150 años que lo buscan. Siempre han pretendido que se les reconociese su cultura, su lengua y también su carácter nacional. En casi todos los momentos cruciales de la historia han aceptado compartir con el resto de los españoles un Estado democrático, modernizado, plurinacional y eficiente.

Así pues, sería mejor no equivocar el diagnóstico. La sentencia del Constitucional será importante, pero no decisiva. El fondo del asunto es infinitamente más complejo. Los catalanes no quieren satisfacer el reflejo nacional romántico y trasnochado que algunos le atribuyen. Los catalanes quieren ser reconocidos como nación para ejercer su derecho a poseer un Estado que dé respuesta a sus retos futuros. ¿En el marco de España? Se verá. Dependerá de la España que los españoles quieran construir.

Una nación sin un estado eficiente detrás es papel mojado; no sirve para acrecentar el bienestar de los ciudadanos. Los retos presentes y futuros exigen Estado, poder y eficiencia. La autonomía, tal como la entienden los partidos españoles, no es suficiente. El progreso desde la desconfianza mutua es muy complicado. El bienestar, sin un Estado eficaz y bien engrasado, es imposible.

Los catalanes sabemos que el futuro necesita ideales nuevos. Estamos hartos de batallas simbólicas y defensivas. Nos aburre consumir tanta energía razonando la legitimidad de nuestros planteamientos, de nuestros derechos, de nuestro deseo de tener Estado; queremos que cuide de nuestros intereses, que sea cercano, que juegue a favor. Muchos catalanes queremos una nación más satisfactoria y sabemos que para construirla necesitamos un Estado más democrático y mucho más eficiente. Si queremos una nación de primera precisamos un Estado de primera. Un Estado que admita la diversidad, que surja del pacto, que busque el futuro, que sea vigoroso, que esté al servicio de todos los ciudadanos, que sea propio, y si además es compartido que sea inequívocamente plurinacional, asimétrico y eficiente.

La sociedad española está terminando el ciclo de su historia que empezó con el pacto constitucional del 78. El pacto político y social que lo alumbró se ha apagado. La España de hoy genera desafección entre un número creciente de catalanes. La Catalunya de hoy genera desconfianza en un número significativo de españoles. El Estado no acepta su diversidad nacional; la política no acierta a plantear un nuevo pacto de convivencia eficaz, la sociedad no parece capaz de pensar un futuro compartido. ¿Entonces?

El tiempo lo dirá y la actuación de unos y otros decidirá. Hoy la mayoría de los catalanes no son todavía independentistas, pero pueden serlo relativamente pronto. Los demócratas tendrán que aceptarlo.

Son tiempos nuevos. Los ciudadanos serán más exigentes, desearán vínculos de pertenencia más sólidos, más respeto a las identidades múltiples. Querrán un Estado que los defienda y les garantice la libertad, que sea eficiente, regulador, equilibrado, neutral, compensado, ponderado, democrático y plurinacional; que los ayude a mejorar la vida, que les permita escoger los mejores caminos, que les permita el máximo bienestar.

Preveamos, pues, esa posibilidad: para un creciente número de catalanes España es el pasado. Es aquel lugar que no quiere cambiar; es aquel lugar donde muchos suponen que los tiempos sólo cambiaron cuando Bob Dylan los describió en una bella canción, es aquel lugar donde no se quiere entender lo que ya sabía Heráclito: lo único cierto es el cambio, nada permanece. Y menos todavía las formas de poder.

opinio@ ferranmascarell. com

NACION, ESTADO, PROYECTO

Nación, Estado, proyecto
Ferran Mascarell - 14/01/2010

Ya sabemos que Catalunya es una nación. Lo que diga el Constitucional tiene, a estas alturas, una importancia relativa. Percibimos que una nación, sin el servicio de un buen Estado es poca cosa; especialmente en tiempos globales y de colapso sistémico. Conocemos, aunque solemos ignorarlo, que Catalunya es Estado y administra una fracción del mismo. Hemos entendido, por fin, que el conflicto con España es la consecuencia de que el Estado que compartimos no nos satisface. Se cohesiona generando incentivos adversos hacia Catalunya.

Es lógico, pues, replantear las relaciones de Catalunya con el Estado. Pero ganar ese pleito nos exige algo más: saber qué proyecto de país estamos construyendo. En Catalunya, hoy, a la vez, está finalizando el ciclo institucional español abierto en 1978 y está emergiendo con toda su crudeza el cataclismo global del sistema de bienestar. Más de medio millón de parados lo atestiguan.

Es lógico, pues, que Catalunya aspire a tener un Estado más adecuado. Hacer frente a la crisis del modelo de bienestar exige mucho Estado. Exige o bien una Administración general del Estado (el compartido) decidida, positiva y adecuada en términos plurinacionales; o bien exige, claro está, un Estado independiente. Sea como sea, en cualquier caso, exige una Catalunya que combine su anhelo constituyente con un proyecto de país competitivo. De poco sirve proclamar el legítimo deseo de independencia o de federalismo si no se vincula a un proyecto entendible de país, capaz de hacer frente a los retos que impone un mundo que está cambiando y nunca será lo que ha sido. De poco sirve negar el anclaje que representa el Estatut, paradójicamente cuestionado a la vez por el Constitucional y diversos partidos soberanistas.

Los problemas de hoy exigen un proyecto propio y de futuro pensado para el medio plazo. Nuestro entorno está tratando de descifrar un nuevo paradigma social, económico y cultural. Dentro de 10 años - es decir, ahora-los efectos de la globalización habrán penetrado hasta los cimientos de nuestro país. No cabe esperar a ser independientes o federales para hacer frente al mundo que viene.

Los retos y las oportunidades son previsibles, pero hay que buscarlas. Catalunya tendrá serios problemas de empleo, energía, envejecimiento, capacidad sanitaria, pensiones, medio ambiente, capacitación tecnológica, competitividad, educación, cultura emprendedora y valores.

¿Cómo lo afrontamos? ¿Cómo poner en el mundo decenas de empresas cualificadas y competitivas, tecnológicamente avanzadas y presentes en las redes globales? ¿Cómo convertir la cultura, los valores, conocimientos, ideas y la investigación en el primer capital de la nación? ¿Como reiniciar los caducos modos de hacer política? ¿Cómo, pues, transferir la energía afirmativa del independentismo, el federalismo o el soberanismo a la búsqueda de un paradigma social convincente?

El Estado convencional español y el sistema social global han caducado. Catalunya es una nación pequeña; no podrá modificar las fuerzas globales que están determinando el rumbo del mundo. Pero nada le impide influir desde su propio desarrollo como sujeto-político-nación-estado (compartido o independiente) responsable de sí mismo y responsabilizado frente a los problemas globales.

Una nación, lo sabemos mejor que nadie, es más que una declaración, es un proyecto; un proyecto siempre en construcción basado en una memoria (plural) compartida y un contrato de convivencia. Sin memoria, sin contrato y sin proyecto no hay nación; y por lo tanto es muy difícil que una mayoría suficiente de ciudadanos la sienta como tal.

Los catalanes necesitamos un Estado eficiente; el que compartimos no lo es. Pero, además, debemos utilizar de modo ejemplar el fragmento de poder de Estado que nos ofrece la autonomía y el Estatut. Catalunya debe actuar como Estado frente a sí misma y frente al Estado compartido. No valen excusas. Catalunya es Estado, tiene un Estatut aprobado por voluntad de su gente y exige una España adecuada, también, a sus necesidades. Hay mimbre para construir un proyecto de futuro que garantice su bienestar y su identidad, y que movilice a una mayoría amplia de sus ciudadanos.

España, mundo, sí misma: esos son los retos de Catalunya. El debate Catalunya-España es vicioso y, sin más, degrada la vida política. Catalunya precisa una nueva unidad civil y política fundamentada en un proyecto renovado de país. Su identidad solamente se reforzará abriéndose al mundo, actuando como Estado eficaz en las competencias que ya posee, reclamando eficacia en las que mantiene el Estado central y, sobre todo, buscando un proyecto social, económico y cultural que asegure el futuro.

No habrá federalismo o independencia sin modelo de sociedad. Las etiquetas ya no movilizan mayorías sociales. Hay que imaginar un país real, tangible, mejor. ¿Juntos o separados de los demás ciudadanos españoles?

Dependerá del proyecto de Estado y sociedad que compartamos, de si es posible un Estado eficiente, neutral y cooperativo entre iguales.

opinio@ ferranmascarell. com (La Vanguardia)

martes, 12 de enero de 2010

¿ESTRATOSFERA?

Miquel Roca Junyent La Vanguardia 12-01-10

Se diría que algunos han iniciado un largo viaje para desdecirse de su votación en su día a favor del Estatut
Es de suponer que cuando los diputados del PSOE votaron a favor del Estatut lo hicieron convencidos de su constitucionalidad. Es de seguir suponiendo que, en la actualidad, desean que el Tribunal Constitucional (TC) ratifique su criterio, de modo que denunciarían cualquier intento de manipular la independencia de dicho tribunal, como pudiera ser el de bloquear su renovación. Esto debería ser así, ¿no?

También es de suponer que los diputados del PP votaron contra el Estatut por estar convencidos de su inconstitucionalidad; de tal manera que no deberían tener ningún temor - es de suponer-a cumplir con su obligación de renovar el TC, convencidos como deben de estar de que la inconstitucionalidad no depende de su actual e interina composición. En todo caso, así debería suponerse, ¿no?

Entonces, ¿por qué algunos líderes del PSOE dicen que en Catalunya se está en la estratosfera cuando se hace todo lo que está a su alcance para defender la constitucionalidad del Estatut? Se daría a entender que, por el contrario, lo que ha ocurrido es que unos han iniciado un largo viaje para desdecirse de lo que en su día manifestaron al votar a favor del Estatut. La estratosfera es, en este caso, una fuga del compromiso asumido en su día.

Y ¿por qué algunos líderes del PP invitan reiteradamente a acatar la decisión del TC - la que fuere-pero en cambio no acatan su obligación constitucional de desbloquear la renovación del tribunal? Diríase que, para el PP, lo que se reclama es acatar la decisión de este tribunal, no la del tribunal que debería ser.

Y, entre tanto, todo vale. Si el presidente de la Generalitat se dirige a doscientas entidades para recabar su apoyo unitario en defensa del Estatut, todo son críticas.

¿Podría hacer algo distinto? El presidente de la Generalitat se debe a la voluntad expresada por los ciudadanos de Catalunya y estos, no se olvide, dijeron que sí al Estatut. Y, además, se debe a su representación del Estado, cuyas instituciones representativas habían, previamente, aprobado y pactado aquel Estatut. Por tanto, a defenderlo tocan, por lealtad constitucional. Ahora, o al menos lo parece, a la Constitución se la coloca en la estratosfera. No debería ser así.