Francesc-Marc Álvaro La Vanguardia
El veterano diario madrileño Abc E acertó ayer con el verbo elegido para describir lo ocurrido: "El TC purga el Estatut". Purgar tiene una acepción médica y una política, que remite a una de las peores prácticas del totalitarismo soviético, el de las purgas de personal sospechoso de desafección. En perspectiva española y españolista, el Estatut nació enfermo y debía ser purgado para que no infectara con su toxicidad la salud entera del Estado. Catalunya - siempre sospechosa de desafección-debía recibir adecuado tratamiento por haber osado explorar los límites del tablero de juego siguiendo escrupulosamente las reglas del mismo. La purga ha sido severa, profunda y de efectos devastadores en el organismo intervenido. Más de lo que parece.
Hay dos maneras de analizarla. La primera consiste en aplicar el método del vaso medio lleno/ medio vacío y, con ayuda de los técnicos constitucionalistas, ir contando las partes del tejido que han quedado a salvo y las que se han visto literalmente destruidas por la sustancia administrada. La segunda consiste en valorar la mera existencia de la sentencia del TC sobre el Estatut como la plasmación inequívoca de un golpe de timón constitucional que, a partir de ahora, pone a la autonomía catalana bajo estricta vigilancia; Catalunya es un cuerpo extraño, una anomalía, y como tal será tratada. Este cronista analiza los graves hechos que estamos viviendo a través de este segundo prisma.
Se nos ha dicho, con solemne retraso, que el Estatut votado por el Parlament, por las Cortes españolas y por la ciudadanía catalana en referéndum no vale, no sirve.
Nada parecido había ocurrido nunca desde la recuperación democrática. Repito: nada como esto. Que el TC sea un organismo averiado, carcomido por el partidismo y desprestigiado sólo añade color local - el del esperpento valleinclanesco - a la escena. Lo sustancial es que unos pocos magistrados, intérpretes supremos de la Constitución de 1978, tienen más fuerza que los legisladores y que el pueblo llamado a las urnas. La cuestión, claro está, es política, no jurídica. El que no vea en esta circunstancia una ruptura histórica de grandes dimensiones y efectos impredecibles debería acudir rápidamente al oftalmólogo. Se considere usted centralista, autonomista, federalista, independentista o indiferente, debe saber que, desde la tarde del lunes, hemos entrado en una etapa radicalmente nueva.
Es una ironía del calendario que todo esto pase cuando celebramos el centenario del nacimiento del historiador Jaume Vicens Vives, cuya obra Notícia de Catalunya está en la base del catalanismo surgido después de la Guerra Civil, el que buscaba el autogobierno y un nuevo pacto entre los catalanes y la España castellana, el que fue uno de los motores indispensables y más potentes de la transición. La sentencia del TC envía un mensaje claro: otra forma de hacer España no es posible, ni realizable ni pensable. La demanda catalana de más poder y más recursos es absolutamente indigerible para la cultura política española de hoy.
El único autonomismo válido para Catalunya será, desde ahora, el que pase los controles constantes de una vigilancia especial, regida por el principio de la sospecha. He aquí el proceloso mundo de los artículos estatutarios que son reinterpretados, siempre a la baja. Pero la férrea reacción uniformista que ha plasmado el TC es el peor favor que le pueden hacer a esa unidad española que tanto dicen defender. La encuesta de Noxa para La Vanguardia del pasado mayo indicaba que hasta un 37% de los catalanes votaría a favor de la independencia. ¿Cuántos independentistas crea la sentencia del TC? Por otro lado, el federalismo voluntarista del PSC pasa a ser, irremediablemente, una pieza de museo.
¿Qué hacer a partir de ahora? La celebración de elecciones es una salida imprescindible pero no suficiente. Porque el desafío al que se enfrentan la sociedad catalana y sus dirigentes es de tal amplitud, de tal densidad y de tal complejidad que no valen comparaciones ni analogías históricas. Además, la coincidencia de este cuadro de crisis institucional con la crisis económica tiene un doble efecto cruzado: aleja a los catalanes poco o nada catalanistas de cualquier discurso reivindicativo mientras da más argumentos no sentimentales a los catalanes catalanistas para desplazarse hacia el soberanismo. ¿Quién será capaz de armonizar los discursos que reclaman la crisis estatutaria y económica sin descoyuntarse? ¿Qué candidato a president será igual de convincente cuando hable de un gobierno eficaz y de un proyecto que nos saque del atolladero? Tengamos en cuenta tres fenómenos simultáneos: a) a pesar de sus debilidades y de sus fragmentaciones, el catalanismo es el único relato colectivo que da cierta consistencia a la sociedad catalana; b) el mundo catalanista se va desplazando hacia posiciones rupturistas, debido a la fatiga y a una creciente desconexión mental de España; y c) la sociedad catalana ajena al catalanismo vive la peripecia estatutaria como un ruido lejano e incomprensible, lo cual no excluye que el PP u otros grupos articulen eventuales apoyos a lo que representa la sentencia del TC. Así las cosas, la política catalana, amén de necesitar liderazgos que no teman decidir, debe superar
lunes, 5 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario