La Vanguardia
Pilar Rahola
El drama mayor es que los chicos de María Emilia Casas se han cargado el espíritu de la transición
Crónica de una castración anunciada. Ni el más resistente de los optimistas llegó a pensar nunca que el paso del Estatut por el Constitucional auguraría nada bueno. Las cartas siempre estuvieron marcadas. Primero, porque este Constitucional no es el territorio donde anidan las cabezas más prestigiosas del constitucionalismo, sino donde aterrizan los cromos que se reparten los dos partidos españoles mayoritarios. Es decir, no se trata del Tribunal Constitucional de países como Estados Unidos, cuyos nombres propios están por encima de las miserias de los partidos. Se trata básicamente de un "pongo el mío, donde tu pones el tuyo" y así dominan un órgano fundamental de la estructura legal del Estado. La primera vergüenza de este tribunal nace de su propia idiosincrasia, tan alejada de la excelencia, como cercana a la politización más burda. Y en un tribunal donde los catalanes no pintamos nada, y que debe debatir sobre una ley de leyes catalana, que intenta consolidar aspectos de soberanía, el resultado sólo puede ser el que ha sido: una guillotina. Si añadimos, además, la estela vergonzosa que ha acompañado al Constitucional durante cuatro años, con recusados y muertos no sustituidos, con debate propio de la guerra política y no de la reflexión jurídica, con varias sentencias fallidas a causa de dicha guerra, con unos progres - ¿se les llama progres porque los puso el PSOE?-que se iban de toros con los del otro lado y con un tribunal cuyas competencias para debatir una ley íntegra, votada por tres cámaras parlamentarias, era harto discutible, si lo sumamos todo, lo que queda es un escándalo democrático. Habrá que agradecer al PP su diligencia en capar la autonomía catalana. A Eugeni Gay, su complicidad en la guillotina. Y a la dualidad PPPSOE su imposición de Estado, por encima del sentido plural del territorio. Todos a una, contra Catalunya.
¿Y ahora qué? Aparte de los insensatos de ERC, que gozan con los extremos y se alborozan porque creen que van a conseguir cuatro votos independentistas más para echarse a sus depauperados estómagos, los partidos catalanes sensatos están en una seria encrucijada. Primero porque han constatado que pactar entre ellos, refrendar popularmente y ganar votaciones en los parlamentos puede resultar papel mojado. Es decir, los caminos de la ley no han servido. Segundo, porque esto solo consigue tensar la ya tensa relación Catalunya-España, y porque ante el cuello de botella del sistema, Catalunya no tiene salidas razonables. Y tercero, porque estamos en un cambio de paradigma y ese es el drama mayor de todos: que los chicos de María Emilia Casas se han cargado el espíritu de la transición. Ahora nos manifestaremos, nos enfadaremos, nos indignaremos y constataremos la dura realidad: que en España sólo nos quieren serviles, sumisos y capados. Es decir, en España no nos quieren.
lunes, 5 de julio de 2010
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