lunes, 23 de noviembre de 2009

UNA COLONIA

El examen de las relaciones España-Catalunya nunca se acaba. Es una realidad muy compleja sobre la cual todos opinan. Alguna televisora tendria que cerrar si esto no fuera asi.
PB

A continuacion el articulo de Francesc Marc-Alvaro en La Vanguardia de hoy, 23--11-09.
A diferencia del ilustre Balaguer, nosotros ya no podemos confiar en milagros


Don Víctor Balaguer (1824-1901) fue un destacado político liberal del XIX español y un gran impulsor de la Renaixença literaria y cultural catalana, sobre la cual, más tarde, creció el catalanismo político. Balaguer, amigo y seguidor del general Prim, fue, entre otros muchos cargos, diputado a Cortes, vicepresidente del Congreso de los Diputados, presidente del Consejo de Estado, ministro varias veces (de Fomento y de Ultramar) y senador vitalicio. A raíz de la Revolución de Septiembre de 1868, saltó a la arena política de Madrid, donde continuó hasta el día de su muerte.

Durante la Restauración, Balaguer se consolidó como un activo defensor de los intereses catalanes en la capital y como un incansable portavoz de los ideales progresistas del momento. Los catalanistas posteriores –salvo figuras tan lúcidas como Joan Maragall– le atacaron o le desdeñaron, y tampoco le apreciaron los liberales españoles, que le vieron siempre demasiado protofederalista. Este escritor y estadista fue un avanzado que trabajó para que España saliera del atraso y para que Catalunya recuperara su identidad. Aunque nunca fue separatista ni nada parecido, este catalán implicado en el Gobierno español sabía perfectamente cuál era la base del principal problema que todavía hoy nos bloquea. Lo expone claramente en un discurso de 1869: "Desgraciadamente, desde la época de Felipe V, desde que la rama de los Borbones se hubo sentado, sin ley y sin derecho, en el solio de España, la noble, la leal Cataluña, salvo raros y honrosísimos periodos, era mirada como una especie de colonia de España, donde era lícito y justo atropellar las más santas leyes, conculcar los derechos más sagrados.
Gobiernos inicuos y arbitrarios, que afortunadamente el hálito de la revolución ha arrastrado como aristas que lleva el viento: Gobiernos inicuos y conculcadores habían hecho creer al mundo que sólo de esa manera podía haber paz y tranquilidad en Cataluña". Balaguer, henchido de optimismo, pensaba que la revolución en la que él había tomado parte pondría fin a siglos de imposiciones. Erró. Como tantos hasta hoy.

Las palabras de este prócer lejano resuenan con rabiosa actualidad, mientras esperamos la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Y mientras la reciente reforma de la Lofca nos deja a la intemperie financiera. El president Montilla hizo ayer las advertencias oportunas y puso el dedo en la llaga al notar que "por primera vez en treinta años, tienen que pronunciarse sobre una ley refrendada por el pueblo de Catalunya". ¿Cuál será la respuesta si nos tratan como una especie de colonia, por decirlo tan exactamente como el ministro Balaguer?

Esos "gobiernos inicuos y arbitrarios" que parecían llamados a desaparecer de la historia de España son eternos, atraviesan épocas y regímenes, se adaptan fácilmente a cada circunstancia para conseguir su objetivo. Pero, a diferencia del ilustre Balaguer, nosotros ya no podemos confiar en milagros.

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