Bolívar en el TC
En la España recosida a golpes de Constitución, había más separadores que separatistas
Pilar Rahola La Vang 24-11-09
Recuerdo que era una metáfora muy usada en la época del pujolismo. Ciertamente, Jordi Pujol era un presidente de notables ambivalencias. Cuando pacía alegremente por las montañas de Queralbs, era capaz de gritar el "desperta ferro" y declarar la independencia de Catalunya. Pero cuando se chutaba una dosis de pragmatismo y bajaba a los madriles, se mostraba encantado de recibir el premio de "español del año" de las manos del catalanista Abc. ¿Bismarck o Bolívar?, se preguntaba la canallesca, admirada de la bipolaridad ideológica del líder nacionalista. Esa ambigüedad cósmica, decían los plumillas de la época, era una de sus grandezas políticas. Lo cierto, sin embargo, dicho a favor de Pujol, es que el president se movía por las aguas de la turbulencia española, dotado de una notable inteligencia para sortear los muchos acantilados que la transición había dejado al descubierto. Sobre todo porque en la España recosida a golpes de Constitución, había muchos más separadores que separatistas, y la necesidad de mantener el relato catalán dentro de la épica española necesitaba de gramáticas pardas. Y Pujol siempre fue pardo. Sin embargo, e incluso a pesar de los nubarrones, aquellas épocas no pusieron en duda algunos aspectos básicos para el consenso de la transición: que Catalunya era una nación y que sus símbolos fundamentales eran, en consecuencia, tan nacionales como la nación que representaban. Otra cosa –y no era cosa menor– era que la Constitución respirara esa idea acuñada por Peces Barba y Roca Junyent de que España era "nación de naciones", y que explicitara, sin ninguna duda, que era indisoluble. Es decir, y pese a los críticos momentos en que fue escrita, la Constitución negaba el derecho a la autodeterminación, pero no el espíritu "nacional" de algunas de las naciones que conformaban España. Sin duda, también los constituyentes sabían gramática parda.
Tantas décadas después, este espíritu parece a punto de finiquitarse, en manos de un Constitucional en caída libre, con el prestigio a ras de infierno, politizado hasta el delirio, con cuatro magistrados expirados desde el 2007 e incluso con un fallecido, Roberto García-Calvo, que no ha sido sustituido. Las resoluciones que pueda tomar este tribunal están tan contaminadas por su falta de credibilidad y por su apestoso tufo político, que sólo tiene una salida digna, la dimisión, tal como ya apuntaron líderes tan dispares como Artur Mas o Joan Saura. Lejos de ello, parece que se empecina en resolver la patata caliente del Estatut, y, según todos los augures, la resolverá mal. Si se confirman, pues, las negras previsiones, este Constitucional habrá hecho algo extraordinario: siendo el garante de la "unidad de España", se habrá convertido en la mayor apología española de la separación. Llevan la piel de Bismarck, pero son Bolívar en estado puro.
martes, 24 de noviembre de 2009
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