LA CUESTION CATALANA
Antoni Puigverd
La segunda transición de Aznar podría culminar con sus ideas convertidas en ley de leyes
Durante el proceso del Estatut, muchos criticamos la instrumentalización que los partidos catalanistas hacían de un objetivo estratégico razonable (un mayor poder económico y político para Catalunya). Pujaron alegremente por el santo Grial de la catalanidad ignorando con insensata alegría las consecuencias de la lógica que estaban impulsando. "Se han situado a la altura del betún", escribí entonces. Despertaron a un dragón, pero Sant Jordi no estaba ahí para ayudarles. Enric Juliana, más sutil, usó la metáfora de "la Brigada Pomorska": el episodio tan bello como patético de unos lanceros polacos enfrentándose con sus caballos a los carros alemanes de combate. Incluso en este grave presente, Jordi Pujol y Francesc de Carreras, tan distintos, siguen hurgando en estos fallos. Pero la crítica al proceso estatutario no puede deslindarse del contexto en el que arrancó: la segunda legislatura de Aznar.
Aprovechando el clima emotivo y ético de la defensa de las víctimas de ETA, Aznar impulsó con su característico desprecio de la flexibilidad una "segunda transición". Renacionalizar España y acotar las posibilidades que el pacto constitucional de los años setenta otorgaba a Catalunya y al País Vasco. Paralelamente, la intelectualidad española, de la mano de Fernando Savater, evolucionaba hacia la pura visión de una España a la francesa. Aznar y los poderosos medios que lo acompañaban contaron (y jugaron) con el vaso comunicante de Carod y su ERC. Nunca habría subido tanto ERC, si en lugar de tensar, Aznar hubiera profundizado en el legado de la transición, como siguen recomendando, casi sin voz, Fraga o Herrero de Miñón. Rodríguez Zapatero instrumentalizó ya antes de llegar al poder la excitada corriente catalana. Y ahora la abandona a la suerte de unos jueces. Unos jueces condicionados, no por el editorial de un día, sino por los medios que reclaman a todas horas la segunda transición: idéntico traje para todos y que acabe la broma de la España plural.
Frivolidad, cabezonería, tacticismo, especulación ideológica y patriotera han estado muy repartidos en esta historia (triste como todas las de España). Lo que ahora está en juego no es la culpa de unos políticos o la letra de un Estatut. Está en juego incluso algo más que la dignidad de Catalunya: la dignidad de la Constitución, ambigua por naturaleza, gracias a los miedos y generosidades de aquellos años setenta en los que todos actuamos con pies de plomo para no repetir las tragedias de España. Toda sentencia crea jurisprudencia. Una interpretación restrictiva de la Constitución, una sentencia inspirada en la legítima pero parcial visión de Aznar, sería como la victoria póstuma del Cid. Aznar ganaba en buena lid, pero la democracia podía refutarlo. Si los jueces convirtieran sus ideas en letra de la ley, su victoria sería definitiva. Y el sentido de la Constitución de 1978 se rompería en mil pedazos.
lA vANGUARDIA 27-11-09
viernes, 27 de noviembre de 2009
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