viernes, 1 de agosto de 2008

CULTURA AMIGA POR Xavier Bru de Sala

En vez de avivar el fuego de los manifiestos, la cultura debe mantener vivos, con normalidad, los espacios de entendimiento intrahispanos

XAVIER BRU DE SALA

Si habéis oído predicciones sobre un posible empeoramiento de las relaciones España-Catalunya, ya os las podéis ir creyendo. Aunque así no fuera, y el conflicto económico se resolviera a pedir de boca, a la contra de dichas predicciones, cualquier balance de lo que se ha empeorado arroja resultados poco halagüeños. La cultura, o mejor dicho la intelectualidad con adscripción ideológica, ha pasado en un decenio de coprotagonista amantísima del buen rollo hispano, con ribetes de exploradora de las circunstancias en las que podría mejorarse, a auxiliar de la confrontación política. ¿Qué queda de la tradición inaugurada en los encuentros de Valladolid? Lo contrario. Enemistad, manifiestos, condena moral a las lenguas minoritarias por abusos y maltratos al español. Tan todopoderoso, él, que se niega a caer en la cuenta de que los perros flacos tienen los dientes romos y les manda remesas de pulgas. Esto por un lado. Por otro, aprovechamiento de la malísima gestión y peor digestión del retorno de los Papeles de Salamanca, para avivar la ojeriza contra la España moderna a partir de sus taloncitos de Aquiles. Si mi querido Javier Tusell estuviera aún entre nosotros, hablaríamos de cualquier cosa, incluyendo lamentos y jeremiadas, pero no andaríamos una vez más haciendo planes para comisariar exposiciones o convocar encuentros y diálogos de las relaciones España-Catalunya y viceversa. Ahora ya no. Las circunstancias han cambiado tanto que, si tuviéramos la humorada de anunciar una nueva convocatoria, no encontraríamos patrocinador, y de tenerlo, nos quedaríamos sin participantes. El tema ha dejado de interesar. En parte, y para los partidarios de la autonomía de la cultura, es buena que así sea. Los beligerantes culturales son cada vez menos. Lo peor del nuevo manifiesto y el debate suscitado es que alarga una periclitada, casi decimonónica concepción de la cultura como pretendida caballería auxiliar - en realidad infantería, carne de cañón— en las luchas partidistas. Aunque en este último caso sólo haya picado un sector, por cierto minoritario, del partido de la oposición. De un modo u otro, y sumando eso a aquello y lo de más allá, aumenta el resquemor entre la población. Mientras, y como no podía ni debería ser de otro modo, el mercado sigue sus reglas, ajeno a toda controversia ideológica. ¿También el espacio de la alta cultura? Por ahí anda el principal riesgo, que consiste en la indiferencia. "Cuando los jefes políticos de filas se pelean, lo mejor que podemos hacer para no avivar tensiones es hacer que no nos conocemos". Pues no. Al contrario. La cultura puede y debe dar ejemplo, en tanto que espacio autónomo, de no contaminación. Los cruzados que aún firman no deberían ser ni siquiera censurados. Y menos anatemizados
De "Cultura/s" de La Vanguardia num 319 30/07/08

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