Nación, Estado, proyecto
Ferran Mascarell - 14/01/2010
Ya sabemos que Catalunya es una nación. Lo que diga el Constitucional tiene, a estas alturas, una importancia relativa. Percibimos que una nación, sin el servicio de un buen Estado es poca cosa; especialmente en tiempos globales y de colapso sistémico. Conocemos, aunque solemos ignorarlo, que Catalunya es Estado y administra una fracción del mismo. Hemos entendido, por fin, que el conflicto con España es la consecuencia de que el Estado que compartimos no nos satisface. Se cohesiona generando incentivos adversos hacia Catalunya.
Es lógico, pues, replantear las relaciones de Catalunya con el Estado. Pero ganar ese pleito nos exige algo más: saber qué proyecto de país estamos construyendo. En Catalunya, hoy, a la vez, está finalizando el ciclo institucional español abierto en 1978 y está emergiendo con toda su crudeza el cataclismo global del sistema de bienestar. Más de medio millón de parados lo atestiguan.
Es lógico, pues, que Catalunya aspire a tener un Estado más adecuado. Hacer frente a la crisis del modelo de bienestar exige mucho Estado. Exige o bien una Administración general del Estado (el compartido) decidida, positiva y adecuada en términos plurinacionales; o bien exige, claro está, un Estado independiente. Sea como sea, en cualquier caso, exige una Catalunya que combine su anhelo constituyente con un proyecto de país competitivo. De poco sirve proclamar el legítimo deseo de independencia o de federalismo si no se vincula a un proyecto entendible de país, capaz de hacer frente a los retos que impone un mundo que está cambiando y nunca será lo que ha sido. De poco sirve negar el anclaje que representa el Estatut, paradójicamente cuestionado a la vez por el Constitucional y diversos partidos soberanistas.
Los problemas de hoy exigen un proyecto propio y de futuro pensado para el medio plazo. Nuestro entorno está tratando de descifrar un nuevo paradigma social, económico y cultural. Dentro de 10 años - es decir, ahora-los efectos de la globalización habrán penetrado hasta los cimientos de nuestro país. No cabe esperar a ser independientes o federales para hacer frente al mundo que viene.
Los retos y las oportunidades son previsibles, pero hay que buscarlas. Catalunya tendrá serios problemas de empleo, energía, envejecimiento, capacidad sanitaria, pensiones, medio ambiente, capacitación tecnológica, competitividad, educación, cultura emprendedora y valores.
¿Cómo lo afrontamos? ¿Cómo poner en el mundo decenas de empresas cualificadas y competitivas, tecnológicamente avanzadas y presentes en las redes globales? ¿Cómo convertir la cultura, los valores, conocimientos, ideas y la investigación en el primer capital de la nación? ¿Como reiniciar los caducos modos de hacer política? ¿Cómo, pues, transferir la energía afirmativa del independentismo, el federalismo o el soberanismo a la búsqueda de un paradigma social convincente?
El Estado convencional español y el sistema social global han caducado. Catalunya es una nación pequeña; no podrá modificar las fuerzas globales que están determinando el rumbo del mundo. Pero nada le impide influir desde su propio desarrollo como sujeto-político-nación-estado (compartido o independiente) responsable de sí mismo y responsabilizado frente a los problemas globales.
Una nación, lo sabemos mejor que nadie, es más que una declaración, es un proyecto; un proyecto siempre en construcción basado en una memoria (plural) compartida y un contrato de convivencia. Sin memoria, sin contrato y sin proyecto no hay nación; y por lo tanto es muy difícil que una mayoría suficiente de ciudadanos la sienta como tal.
Los catalanes necesitamos un Estado eficiente; el que compartimos no lo es. Pero, además, debemos utilizar de modo ejemplar el fragmento de poder de Estado que nos ofrece la autonomía y el Estatut. Catalunya debe actuar como Estado frente a sí misma y frente al Estado compartido. No valen excusas. Catalunya es Estado, tiene un Estatut aprobado por voluntad de su gente y exige una España adecuada, también, a sus necesidades. Hay mimbre para construir un proyecto de futuro que garantice su bienestar y su identidad, y que movilice a una mayoría amplia de sus ciudadanos.
España, mundo, sí misma: esos son los retos de Catalunya. El debate Catalunya-España es vicioso y, sin más, degrada la vida política. Catalunya precisa una nueva unidad civil y política fundamentada en un proyecto renovado de país. Su identidad solamente se reforzará abriéndose al mundo, actuando como Estado eficaz en las competencias que ya posee, reclamando eficacia en las que mantiene el Estado central y, sobre todo, buscando un proyecto social, económico y cultural que asegure el futuro.
No habrá federalismo o independencia sin modelo de sociedad. Las etiquetas ya no movilizan mayorías sociales. Hay que imaginar un país real, tangible, mejor. ¿Juntos o separados de los demás ciudadanos españoles?
Dependerá del proyecto de Estado y sociedad que compartamos, de si es posible un Estado eficiente, neutral y cooperativo entre iguales.
opinio@ ferranmascarell. com (La Vanguardia)
viernes, 15 de enero de 2010
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