domingo, 14 de diciembre de 2008

FRAGA IRIBARNE (Editorial La Vanguardia)

PIDA EXCUSAS SEÑOR FRAGA

Don Manuel Fraga Iribarne perdió ayer una magnífica oportunidad para callarse. En el curso de un coloquio celebrado en Madrid, el ex ministro de Franco, ex embajador en Londres, propulsor de un cierto evolucionismo del viejo régimen, fundador de Alianza Popular, padre de la Constitución de 1978, ex presidente de la Xunta de Galicia y actual patrón espiritual del Partido Popular, afirmó, ante una solazada audiencia, que habría que ponderar el peso de los nacionalistas, "colgándolos de algún sitio" (sic).

La provecta edad del senador Fraga, 86 años, podría ser considerada un atenuante, pero sus palabras son del todo censurables. Observar a un hombre que se sentó en el Consejo de Ministros de Franco jugueteando alegremente con la metáfora de los ganchos resulta harto desagradable. Es inaceptable.

Sería muy de desear que Fraga pidiese excusas y que su partido iniciase una rápida gestión en tal sentido, con el mismo celo con el que ha reaccionado contra el reciente estrambote del diputado Tardà, de Esquerra Republicana de Catalunya. Sería bueno que Mariano Rajoy, consecuente con el giro acordado en junio por el congreso del Partido Popular celebrado en Valencia, se agarrase firmemente al timón centrista de la nave.

De estrambote en estrambote y tiro porque me toca. Hay un exceso de gesticulación y tontería en la actual política española (y catalana). Un exceso de teatralidad. Cuatro días después de la excursión freaky de Joan Tardà por los furores austriacistas de 1714, nada ha impedido que el Partido Popular votase el veto de ERC a los presupuestos generales del Estado del 2009. Y no hay constancia de ninguna protesta del independentismo catalán por tal alianza en el Senado.

No hay que pecar de cándidos. La política no consiste en tomar el té a las cinco, entre sonrisas, galletitas y palabras suaves. Política es rudeza. Política es enredo. Política es astucia. Política es confrontación de ideas, de estilos y de intereses. Política es gesticulación. Política es teatro. Política es carácter y pasión. Política es propaganda. De acuerdo. Es todo eso, pero en una determinada proporción y con un diálogo cierto con la realidad social. En las actuales circunstancias, con una crisis económica de fortísimo alcance y dimensión, España corre el riesgo de asistir a una grave e inédita desconexión entre sociedad y política. Digámoslo claro, crece la percepción de que todo el estamento político, bien por incompetencia, bien por exceso de cálculo partidista, no está a la altura de los acontecimientos. Este es el problema, senador Fraga.



Editorial La Vanguardia 12-12-08

martes, 9 de diciembre de 2008

¿TODO LO ESPAÑOL ES "COMUN" ?

Razón moral, razón instrumental Antoni Puigverd
El vestido constitucional sufre por todas las costuras: las carnes de España han engordado en muchos sentidos. Ha aumentado espectacularmente la grasa de la nostalgia de cada una de las dos Españas, mientras que los dos grandes partidos y sus entornos mediáticos siguen emperrados en estrangular la mejor musculatura del país: la de la tercera España. También ha engordado muchísimo la intolerancia cultural, el desprecio a la diversidad española: la llamada cuestión nacional se sigue viviendo con una mezcla de hartazgo, irredentismo y exasperación. ¿No era esta una Constitución de perfume federal? En realidad, y según ha explicado con precisión jurídica el profesor Miquel Caminal, los padres de la Constitución mediaron, henchidos de mutua desconfianza, entre dos tipos de nacionalismos: el uniformista español y los llamados periféricos. La Constitución no ha favorecido el cultivo de la herencia cultural común. Al contrario, ha permitido islas emocionales y ha fomentado las rivalidades culturales. Tan mal están las cosas que incluso es necesario definir el significado de la palabra común.Todo lo español es común, es decir, de todos: no sólo lo castellano. Pero no son pocos los intelectuales y políticos que hoy abanderan la lengua oficial para exhibir un curioso complejo de superioridad, cuando no una instintiva irritación hacia la existencia de lenguas y culturas que no todos conocen, cierto, pero que no son menos españolas que la castellana. Los sistemas de protección e igualación de las otras lenguas españolas serán políticamente discutibles, pero sólo pueden considerarse democráticamente pecaminosos desde una visión uniforme o francesa de España o desde una vivencia cultural que se considere superior a las restantes. Pero dejando a un lado los temas típicamente ibéricos (el choque de las patrias y el maniqueísmo ibérico que encuentra su más clara imagen en aquellos dos personajes que Goya pintó moliéndose a palos), el 30. º aniversario puede ser observado desde el punto de vista del cambio generacional.

Dos generaciones comparten el poder. Una de ellas, la de los sesenta, culmina su periplo. Y muy cerca de la sala de máquinas está ya la nueva, la de los cuarentones recientes (acompañados de no pocos treintañeros). Eran niños o, a lo sumo, púberes cuando Franco murió. Están libres del pesado fardo trágico. Apenas han conocido narradores directos de la Guerra Civil y las historias del franquismo y del antifranquismo se confunden en su educación sentimental con las narraciones bélicas de la historia norteamericana, que el cine y la televisión han difundido por doquier. El éxito de Soldados de Salamina fue el primer apunte significativo de la nueva mirada sobre nuestro pasado trágico. La novela de Javier Cercas se fundamenta, como los mejores westerns, en la épica del perdedor: un exiliado de una sola pieza, un hombre impasible, entero y generoso. Complemento de este personaje heroico es un malo entrecomillado, lleno de matices, un poeta falangista, con el que el lector acaba empatizando. Ya no hay dolor ni tragedia en la Guerra Civil de Cercas, sino una mezcla muy sugestiva, definitivamente literaria, de épica y lírica.

Los sesentones que protagonizaron la transición en compañía de otras generaciones más provectas empiezan a abandonar la vida pública, aunque muchos siguen en el candelero. Es la generación Pasqual Maragall y Felipe González. Una generación muy aficionada a lo que Josep Pla llamaba el retour d´âge.Por supuesto, no me refiero a sus aventuras eróticas, sino a la formidable suma de experiencias antagónicas y cambios de rasante que han liderado. Protagonizaron las rupturas de Mayo del 68 desde la extrema izquierda y el hippismo. Protagonizaron el realismo de la transición con sus ramos de flores a los militares y su recuperación desacomplejada del yate Azor. Protagonizaron el desarme de las viejas utopías traduciendo la caída del muro de Berlín no sólo como victoria de la libertad, sino como jubilación de la fraternidad. Convertidos en conserjes del neoliberalismo, protagonizaron la conquista de aquello que habían condenado por alienante: el deporte y la cultura de masas. Cabalgando sobre las alegrías de la posmodernidad, protagonizaron el esteticismo y redefinieron el centro alrededor de su eje. De Marx a Groucho Marx hasta llegar a Ferran Adrià. Y del porrete a la religión de la salud.

Y ahí siguen, como los Rolling, poniendo fondo cultural a su predominio. Ha cambiado mucho esta generación tan exitosa. No siempre por razón moral. Con frecuencia por interés, por razón instrumental. Para conservar su protagonismo. Ahora desean, como todos los que conocimos la transición, preservar la herencia moral de aquellos años en los que, por una vez, España se salvó de la tragedia. Pero los jóvenes son insensibles, como ya recordaba Aristóteles, a la experiencia de los progenitores. No será fácil convencerlos de que no se dejen arrastrar por el interés egoísta, por la razón instrumental. La generación de la transición gastó todo el vino y todas las rosas. Olvidó sacrificar para el futuro una parte de su éxito. La celebración de la Constitución es cada vez más enfática y litúrgica, y eso indica que la fe en nuestras leyes decae. La armadura se oxida. Echaremos en falta la razón moral, tan imprescindible en los malos tiempos.

La Vanguardia 8-12-08

domingo, 7 de diciembre de 2008

DIALOGOS CON DON JUAN DE UN RELIGIOSO CATALAN

LA VANGUARDIA 7-12-08

TITULO: CARDO Y DON JUAN

Albert Manent
Esta figura de la Iglesia de Catalunya recogió la herencia del obispo Torras i Bages y se convirtió en pensador, traductor y ensayista del siglo XX. Su prosa es la de un estilista, a la altura de otros grandes como Rovira i Virgili, Nicolau d´Olwer o Ferran Soldevila. Tradujo libros de la Biblia y todo Séneca en catalán. Gran promotor, fundó revistas como La Paraula Cristiana,portavoz intelectual en plena dictadura, y El Bon Pastor.Inquieto socialmente, como pensador quiso dialogar con la cultura y el mundo moderno. En agosto de 1936, amenazado de muerte por la FAI, gracias al conseller Ventura Gassol fue evacuado por la Generalitat en un buque italiano en el que huían numerosos monjes de Montserrat.

Su exilio fue amargo. Párroco de un pueblecito italiano, fue expulsado por el fascismo y recaló en Suiza, donde se convertiría en el heredero de la voluntad reconciliadora del cardenal Vidal i Barraquer, a quien Franco no dejaba volver a Tarragona. Fue en Lausana donde Cardó conoció a don Juan de Borbón, pretendiente al trono de España y con el que trabó una amistad sincera. Una obra de Lluís M. Moncunill, A l´entorn de Carles Cardó. Diàleg d´exili amb Joan de Borbó, comte de Barcelona,recoge un perfil biográfico del personaje y analiza su exilio con la obra Histoire spirituelle des Espagnes,donde condena la sublevación militar y la barbarie de la zona republicana y precisa que hay dos tradiciones espirituales, una de las cuales es la catalana. Sus cartas con don Juan revelan su confianza en el personaje y sobre todo en veinte páginas inéditas Cardó recoge el diálogo durante un almuerzo con el pretendiente y monárquicos como Vegas Latapié, López Oliván y el vizconde de Rocamora. Con toda crudeza, Cardó expone el problema de Catalunya y apuesta por una solución más o menos federal. El diálogo es apasionante y no tiene desperdicio porque es una aportación desconocida al eterno problema español.

ALBERT MANENT, historiador

LA CARTA MAGNA PIDE UNA ITV

Editorial de La Vanguardia, 7-12-08 bajo el título de "1978 pide una ITV "

Se cumplen 30 años de la Constitución de 1978, la convención democrática más estable que España ha tenido a lo largo de su atormentada historia. Han sido los mejores treinta años desde que en Flandes se puso el sol. Desde que se inició la agónica decadencia del imperio colonial, es la primera vez que democracia y bienestar económico van juntos durante un largo periodo de tiempo, formando un círculo virtuoso capaz de dotar al régimen parlamentario de una sólida raíz social. Con todas sus contradicciones y defectos - y con grandes e inciertos retos de futuro-,España tiene hoy una sociedad democrática suficientemente madura. Como señalaba ayer el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, la democracia española es muchas veces más apreciada y reconocida en el exterior que en el interior de un ruedo ibérico siempre obsesionado por sus peleas y confrontaciones. España es así. Quizá sea esta una señal de madurez. Todo sistema tiende a la rutina. Y en algunos momentos es necesaria la reforma.

La democracia está asentada en España, pero el régimen constitucional comienza a presentar signos de fatiga que invitan a acudir al taller de reparaciones. Es evidente que la cuestión territorial sigue chirriando. España puso en marcha en 1978 una dinámica de carácter federal sin que fuese capaz de dotarse de unos mecanismos constitucionales explícitamente federales, dados los serios condicionantes del momento: la propia inmadurez del cuadro político, el riesgo de involución militar y la tenaz estrategia desestabilizadora de ETA. España práctica un "federalismo inconsciente" (expresión acuñada, no sin acierto, por Francisco Caamaño, actual secretario de Estado de Asuntos Constitucionales y Parlamentarios) que debería desarrollarse mediante normas de solidaridad objetivas y eficaces mecanismos de representación de los intereses de las regiones y nacionalidades que la Constitución reconoce e impulsa. La transformación del Senado en cámara territorial es cada día más inevitable.

¿Requiere ello la modificación de la Constitución? Llegados a este punto, los treinta años de éxito democrático embocan un círculo vicioso: no hay acuerdo para la reforma por falta de consenso y no se alcanza el consenso porque los principales partidos contemplan la modificación constitucional con ópticas muy distintas. En el actual contexto, la citada reforma podría convertirse en un incierto campo de Agramante, poco o nada aconsejable dada la severidad de la crisis económica. Las tensiones sociales de los próximos meses podrían convertir la reforma de la Carta Magna en piedra de toque de una áspera y peligrosa confrontación. Conscientes de ello, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy coincidieron ayer en que "no es el momento" de abordar cambio alguno.

De acuerdo, quizá no sea el momento adecuado, pero los problemas institucionales de fondo seguirán existiendo pese a la crisis. Es más, esta los puede acentuar e incrementar. En tales circunstancias, cobra especial relevancia el inminente veredicto sobre el nuevo Estatut de Catalunya, toda vez que la iniciativa catalana transporta una evidente relectura de la Constitución en clave autonomista. Ello está en manos del Tribunal Constitucional, cuya desmesurada politización partidista es un grave indicador de las reformas necesarias. La crisis invita a la cautela, pero es evidente que el círculo virtuoso de 1978 necesita pasar la ITV.

Nota de PB:
Estos artículos sobre la Constitución siempre tienen relación, directa o indirecta, con Catalunya. Se atisba, en todos ellos, una demanda "federal", que los políticos no se atreven a llevar a cabo. Por ello, dejan las cosas como están. No necesariamente implican que yo estoy de acuerdo con todo lo que publica en esta pizarra. Pero sí creo que aporta información valiosa al debate que tenemos todos los días con los buenos amigos. Buenos amigos, lo cual no quiere decir que nuestrs ideas sean coincidentes. Este es realmemte el valor de la democracia
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LA CARTA MAGNA

CARLES CASTRO - Barcelona en "La Vanguardia"

Un cierto aroma de disco rayado sobrevuela el artículo 2 de la Constitución española. En su título se insiste en la unidad de la Nación española" y, por si no quedase claro, se recuerda que España es la "patria común e indivisible de todos los españoles".

¿A qué obedece esa retórica cacofónica y grandilocuente sobre la "unidad indivisible e indisoluble" de España? ¿Oculta acaso una falta de seguridad crónica que afectaría freudianamente a los sectores más amantes de la soflama patriótica y del inmovilismo constitucional?

La pregunta es inevitable porque otras constituciones del mundo occidental se muestran menos obsesivas con la retórica sobre la unidad nacional. Por ejemplo, países tan sólidos como EE. UU. o Alemania apenas mencionan el concepto. Los alemanes aluden incluso a la "libre autodeterminación" en los länder. En cuanto al resto, Francia incluye en la Carta Magna su condición de "República indivisible"; Italia se presenta como "única e indivisible", y Portugal proclama su "unidad e integridad".

Al mismo tiempo, la Constitución española es de las que plantean requisitos más trabajosos para su reforma y de las que menos cambios han sufrido (véase cuadro adjunto). Portugal, por ejemplo, aprobó su Carta Magna dos años antes que España y ya la ha modificado en cinco ocasiones. Yni Portugal ni EE. UU. establecen la necesidad de un referéndum para reformar su Constitución. A su vez, Francia también puede llevar a cabo la reforma constitucional sin necesidad de un referéndum (a partir de determinadas mayorías parlamentarias), lo mismo que Italia (donde, por cierto, una consulta celebrada en el 2006 echó para atrás la reforma federalista). Por su parte, Alemania sólo incluye el referéndum en los casos de reorganización del territorio federal.

Ahora bien, esa mayor agilidad en los mecanismos de reforma de algunas constituciones europeas se ve contrapesada por la existencia de partes intocables. Por ejemplo, en la Carta Magna portuguesa la reforma no puede afectar a la unidad territorial o a la forma republicana de Estado. Y lo mismo ocurre en el caso de Francia. Finalmente, Italia y Alemania no permiten revisar el carácter republicano de su Estado.

Paradójicamente, la Constitución española no fija más límites a la reforma que la prohibición de iniciarla en tiempo de guerra o en estado de alarma, de excepción o de sitio (cautelas muy explicables a la luz de la historia del país). Sin embargo, la Carta Magna no incluye ninguna cláusula que prohíba la revisión de alguna de sus partes. De ese modo, y respetando los procedimientos y las mayorías necesarias, la Constitución podría modificar radicalmente la organización territorial o el modelo de Estado. Otra cosa es que el logro de esas eventuales mayorías constituya un ejercicio de auténtica política ficción.
LA Vanguardia, 7-12-08

YO SOY ESPAÑOL. ESPAÑO, ESPAÑOL...

La Constitución nació para superar el concepto franquista de la España nacionalmente uniforme, pero desde entonces se ha circulado marcha atrás


Jordi Barbeta | 07/12/2008 | Actualizada a las 11:27h | Política La Vanguardia
Cada aniversario más o menos redondo de la Constitución se repite el debate sobre la conveniencia de reformarla y resulta paradójico que los que más las critican y más ansia demuestran por cambiarla serían los que sin ninguna duda saldrían más perjudicados de una eventual reforma en profundidad de la ley fundamental española. Los que muestran una mayor insatisfacción suelen ser los nacionalistas periféricos de Galicia, de Euskadi o de Catalunya, mientras que son sus opuestos, es decir los dirigentes políticos más españolamente nacionalistas, los que agitan la Constitución española como si se tratara de un bate béisbol.

Y eso es así porque cualquier cambio constitucional que pudiera plantearse, más allá de las modificaciones sobre el orden sucesorio en la Corona, tendría como objetivo principal reforzar los poderes del Estado central frente a las autonomías y suprimir las diferencias entre nacionalidades y regiones que el texto de 1978 pudiera sugerir. Sería así por varios motivos. Primero, porque es lo que defienden los constitucionalistas del PSOE y del PP, empezando por el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, Alfonso Guerra González. Segundo, porque el único cambio constitucional que se puede llevar a cabo es el que puedan pactar PSOE y PP que son los dos únicos partidos que hoy por hoy disponen de capacidad de veto. Y en tercer lugar, pero no el menos importante, porque la opinión pública española avalaría ese cambio y no otro contrario. Seguramente es ahí donde más duele, porque la Constitución nació con la idea de superar el concepto de la España nacionalmente uniforme que quiso imponer el franquismo, pero desde entonces sólo se ha circulado marcha atrás. Para mal o para bien, según el caso, España es hoy más nación que hace treinta años. El orgullo español ha superado algunas vergüenzas históricas hasta el punto que los campeones de la Copa de Davis proclaman su españolidad - "yo soy español, español, español..."-con una alegría que hace treinta años habría estremecido... Cualquier cambio que se planteara en el estatus jurídico-político sería necesariamente en la dirección dominante.

Visto desde Catalunya, el problema no es la Constitución y mucho menos su espíritu, sino el uso que se hace de ella. Todos los gobiernos desde 1978 sin excepción han utilizado sus instrumentos para evitar el flujo de poder del Estado a las autonomías previsto por la CE. Yel Tribunal Constitucional ha fallado sistemáticamente según la voluntad política mayoritaria que había en cada momento. En contadísimas ocasiones el Tribunal ha sentenciado contra el Gobierno de turno. ¡Ojo! Tampoco contra la mayoría parlamentaria dominante. Obsérvese que recursos de gobiernos del PSOE y del PP contra leyes lingüísticas de Catalunya ha habido varios, pero ninguno ha prosperado mientras los nacionalistas les sacaban las castañas del fuego.

Lo mejor de la Constitución de 1978 es su ambigüedad. Uno de sus redactores, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, ha llegado a dictaminar que el texto de 1978 no sería obstáculo ni siquiera para el ejercicio de la autodeterminación. Todo es cuestión de voluntad política. El día en que la voluntad de los catalanes sea inequívoca no habrá quien la pare, pero, mientras tanto, continuará imponiéndose la inequívoca voluntad política de los españoles.